Algo es más que nada: lo importante es empezar
Una de las causas de la procrastinación es tener tareas demasiadas grandes, tal como lo explica Enrique Benimeli:
Afrontar tareas cuya realización implique no más de 10 o 20 minutos es fácil. Nuestro cerebro «sabe» que en pocos minutos terminaremos y tachar (física o mentalmente) una tarea una vez realizada es siempre una sensación placentera. El problema aparece con las tareas que tienen una duración estimada entre 1 y 3 horas. Ante el panorama que se nos presenta, corremos el peligro de no empezar siquiera. Y con el consiguiente riesgo de posponer la tarea (y hacerlo eternamente).
La solución universal es dividir la tarea en acciones más pequeñas, porque obviamente no tenemos un bloque de tres horas disponible para trabajar sin interrupciones en esta tarea.
Obviamente, la solución más eficiente es crear un entorno profesional donde es posible hacer tareas de tres horas o más sin interrupciones y así evitar la pérdida de tiempo causada por los cambios de un proyecto a otro1 y los problemas de concentración debido a la atención residual.2