Un parón reflexivo
Imagínate por un momento que eres David y tienes que enfrentarte al gigante Goliat. ¿Qué harías?
¿Analizar punto por punto los flancos débiles que crees percibir en él?
¿Empezar a atacarle por las piernas porque es lo que tienes más a mano?
¿Marcharte y regresar cuando tengas una brillante armadura que te proteja?
¿Marcharte y regresar cuando hayas conseguido más apoyos para luchar contra él?
¿Cuál sería la excusa que te darías para no hacer lo que tú sabes bien que en realidad funcionaría…?
Según cuentan, David mató a Goliat con tan sólo una honda y una piedra que lanzó a su frente. Este golpe certero fue suficiente para, al menos, tumbarle. Una sola acción, pero directa, estratégica. Lo cual me hace pensar que David, a diferencia de muchos de nosotros, tenía unas virtudes esenciales de las que muchos carecemos: visión de conjunto, capacidad para centrarse en lo esencial y deshacerse de lo superfluo.
En línea con esta metáfora, creo que solemos enfrentarnos a nuestras grandes tareas, a ésas que nos dan miedo (o, simplemente, pereza) con las siguientes actitudes:
Enredándonos en análisis, comparativas, listas… parálisis por análisis.
Afrontar las tareas que más accesibles nos resultan, o que más nos gustan, o en las que nos sentimos más hábiles y nos devuelven una imagen de nosotros mismos más positiva.
Sentirnos permanentemente alumnos, siempre con la sensación de que no sabemos suficiente, de que no estamos lo bastante preparados.
Sentirnos solos, impotentes, insuficientes, inseguros… pensando que nosotros solos no podremos y necesitaremos apoyos.
La postura “3” y “d4” nos lleva a postergar lo que en realidad sabemos que tenemos que hacer. Damos rodeos y más rodeos evitando lo que tenemos delante y justificando nuestro bloqueo con una socialmente valorada actitud de humildad: “es que soy consciente de que aún no sé lo suficiente y debo aprender más o conseguir apoyos”. ¿Quién no necesita aprender más?, ¿hay alguien que esté terminado y que lo sepa todo? No lo creo. Pero este argumento nos paraliza y nos deja en una especie de sedante limbo que, si bien no es agradable, no es lo suficientemente desagradable como para impulsarnos a actuar.
La postura “1” y “2”, sin embargo, nos lleva a la actitud contraria: a no parar de trabajar… pero sin foco. Olvidamos que no es lo mismo ser activo que ser productivo.Y nos enredamos en tareas desconectadas de nuestro objetivo principal y lo justificamos también con una actitud socialmente valorada de laboriosidad: “trabajo tantísimo que no sé por qué no lo consigo, más no puedo hacer”.
Cualquier de las cuatro posturas pueden encubrir dos situaciones que quizás conozcas:
Sabes perfectamente lo que tienes que hacer, pero no lo haces porque son tareas que no te gustan, o no realizas con soltura y te devuelven una imagen de ti desagradable… tareas, en definitiva, fuera de tu zona de confort.
No tienes ni la más remota idea de lo que tienes que hacer para conseguir tu objetivo, pero hacer un parón reflexivo no forma parte de tus planes.
Un parón reflexivo suele ser desagradable porque te produce desasosiego e inseguridad. Pero es tremendamente útil para desbrozar tu mente. Alguien me dijo una vez que hay personas que se pasan la vida aporreando las teclas del piano y otras van directas a las teclas correctas. No todo es cuestión de hacer sin parar… a veces hay que parar sin hacer. El objetivo es que te montes en el globo de tu conciencia y, a vista de pájaro, tengas la oportunidad de saber dónde estás y, desde esa perspectiva privilegiada, descubrir si lo que estás haciendo te lleva realmente adonde deseas llegar. ¿Y cómo?
Para a conciencia
Si eres una persona muy activa, parar te hará sentir culpable. Si eres una persona más bien pasiva que tiende a postergar, correrás el peligro de confundir este parón con un tiempo sabático. No es ninguna de las dos cosas: no es un tiempo de inactividad total, ni de vacaciones. Es un momento de reflexión y, especialmente, de apertura mental, de tratar de acceder a posibilidades ocultas a tus ojos hasta el momento.
Afina tu percepción
Observa a tu alrededor y mira las oportunidades que te ofrece tu entorno. Y, sobre todo, permítete pensar de otra manera, toma nota de tus ideas más extravagantes porque quizás tras ellas se escondan estrategias sensatas, no las descartes sin más y valóralas.
Busca ayuda
Sé realista y no te sobreexijas; no tienes que saberlo todo. Y, admítelo, tampoco te gusta hacer de todo. Lo que puedas permitirte delegar o contratar, hazlo sin darle más vueltas y dedícate a lo esencial. Y si no sabes qué es lo esencial, busca orientación.
Registra lo que has hecho hasta ahora y mide los resultados
Hablarán por sí solos. ¿Tus acciones hasta ahora te han llevado adonde querías? ¿No? Pues fuera, descártalas, así de simple. Por más que a otros les hayan podido funcionar, está claro que a ti no, así que tu cometido es probar otras cosas.
Jerarquiza tus tareas
Para mí esto es sencillamente VITAL. Anota todo lo que crees que tienes que hacer, extrae de ahí lo que de verdad tienes que hacer para alcanzar tu objetivo y el resto de acciones decide si las harás en otro momento o no las harás. Deshacerte de tareas superfluas, por más que otros indiquen que son importantes, aligerará tu carga mental, te hará sentir más liviano y, sobre todo, te ayudará a concentrar tus energías y esfuerzos.
Pero no te pierdas planificándote
Planificarse es importante, por supuesto; de hecho, hay muchísimas y sofisticadísimas herramientas para organizar tus tareas y tus tiempos. Pero también he de decir que conozco a personas de orígenes muy humildes que viven de sus sencillos, pero prósperos negocios y cuando empezaron no sabían lo que era un Excel, un análisis DAFO o Google Calendar… todas ellas aPtitudes, cosas que se pueden aprender con el tiempo. Sin embargo, poseían aCtitudes que yo encuentro admirables:
Autoconocimiento para identificar sus pasiones y sus talentos (y para saber la diferencia entre ambos, como aclara con gracia Odín Dupeyron).
El don de la visión para identificar las oportunidades de negocio.
El valor para llevarlo a cabo “con lo puesto”, con los aprendizajes que ya se tienen.
La autoconfianza para saber y sentir que el resto de condiciones se irían dando y adquiriendo.
La capacidad para crear relaciones y alianzas de valor.
…
Con esto quiero animarte a que no seas como el de la frase que le apuntan hacia la luna y se queda mirando el dedo. Usa la herramienta que quieras siempre que sea un medio efectivo para ti y no un fin cuyo aprendizaje y manejo te complique la vida y, más que nada, te aleje de afrontar lo que en realidad sabes que tienes que hacer.
Así que, para terminar, te propongo un sencillo pero eficaz juego: extiende donde puedas una cuerda con pinzas de tender la ropa y cuelga postits en los que has escrito pequeñas y abarcables tareas que es prioritario que lleves a cabo. Elije una y comprométete con ella: mañana la realizarás y cuando la acabes, la quitarás de tu particular tendedero. ¿Me contarás si de verdad pudiste quitarla… 😉?